Tinta Verde

En estos tiempos acelerados, muchas personas nos sentimos perdidas ante la crisis que estamos viviendo. Después de haber interiorizado las promesas emancipadoras del capitalismo y la tecnociencia, de haber creído que la humanidad seguía un camino nítido e inequívoco hacia el progreso, de haber interiorizado que el crecimiento económico podía mantenerse de forma infinita y que era la única vía para generar riqueza y equidad, hoy nos preguntamos cómo hemos podido llegar a esta situación. 

Nos encontramos en el Antropoceno. La especie humana se ha convertido en el mayor agente modelador de la corteza terrestre y su actividad ha alterado la capacidad que la propia naturaleza tiene para restablecer las condiciones biofísicas que aseguran la vida humana y la de otras especies. 

Como seres vivos que somos, dependemos de lo que nos proporciona la naturaleza finita de la que formamos parte (aire, alimento, agua, sol, procesos reguladores del clima, biodiversidad) y tampoco podemos vivir si no es gracias a que interactuamos con el resto del mundo vivo, con otras especies que son nuestras compañeras de aventura planetaria.

Sin embargo, el modelo cultural acuñado en Occidente, afirmado sobre los pilares de la ciencia moderna y aliado con el capitalismo, ha conducido a que cristalice una idea loca y absurda: la de que somos algo diferente e independiente de la naturaleza. 

La tierra es concebida como un almacén de recursos inagotable y cualquier superación de sus límites es celebrada con admiración. Vivimos ajenos a la vulnerabilidad y fragilidad de cada vida humana en solitario, de espaldas a la discapacidad y la muerte, invisibilizando y escondiendo en los márgenes los trabajos que permiten la supervivencia de los cuerpos en los que se encarna la vida. Nuestra organización política y económica prima la obtención de beneficios para unos pocos por encima de la satisfacción de las necesidades de las mayorías…

La fractura entre las personas y la naturaleza ha terminado provocando una profunda crisis ecológica, que no es otra cosa más que la evidencia de la incompatibilidad entre el funcionamiento de lo vivo y la dinámica del capitalismo impulsada por la acumulación. Las propias sociedades humanas se encuentran en descomposición. Concebida como una mera suma de individuos aislados que compiten, la sociedad se encuentra fragmentada y la exclusión crece de forma rápida.

Paradójicamente, es mucha la gente que no es consciente de la gravedad del deterioro. Los imaginarios sociales están poblados de mitos e ilusiones que nos impulsan a creer que algo se inventará para remediar este desastre, que los expertos y la ciencia resolverán los problemas que ellos mismos han creado. Estos imaginarios hacen que no seamos capaces de identificar las señales que la naturaleza nos envía. Hemos perdido la capacidad de observar, de ver, de percibir matices y detalles, de contemplar. Necesitamos otros relatos que nos ayuden a comprender, que nos obliguen a mirar para poder reaccionar.

En estos tiempos de fracturas y de aislamiento entre los distintos tipos de conocimientos, necesitamos recuperar la consciencia de cómo todo lo vivo está interconectado. Para mí, este poemario ayuda a recomponer lo fracturado. Con el lenguaje bello de la poesía nos obliga a mirar esa naturaleza y ayuda a aterrizar la vida humana en la tierra. Y lo hace centrándose en las claves que explican la vida: la lentitud, los ciclos, lo cercano. Proporciona claves para repensarnos como especie, para sentirnos parte de esa traba compleja y maravillosa que es la vida.

A lo largo de estas páginas transitamos paisajes, conocemos el resto del mundo vivo. Los poemas nos traen aromas, colores, ritmos situados en la tierra. Aprendemos que el paisaje no es algo ajeno, es el lugar en el que se vive, se sufre, se siente, se ama. Lola Callejón, sitúa la vida humana, su vida, en una naturaleza y una biodiversidad que desaparece de forma acelerada. Los versos nos acercan a paisajes y continentes lejanos que conocemos sólo a través de las imágenes estereotipadas de la televisión o los folletos comerciales.

No podemos disputar la hegemonía cultural antropocéntrica solo a golpe de datos. Necesitamos la poesía, la música, una mirada artística que nos conmueva y nos reconecte con esa vida que nos rodea, que nos es imprescindible y que estamos destruyendo. Creo, que este trabajo de Lola, contribuye a ello. En estas páginas belleza y compromiso van de la mano.

Prólogo de Yayo Herrero (antropóloga, ingeniera, profesora y activista ecofeminista) para el poemario Tinta Verde.